Deron Washington: El Rompetechos
Redacción, 25 de Octubre de 2011.- La madre de Deron no podía creérselo. Denise se frotaba los ojos, sonreía, hablaba consigo misma y contenía incluso las lágrimas. Sola en mitad de la multitud, callada en el centro de una locura colectiva extrema, con las cámaras persiguiéndola, los comentaristas hablando tanto de ella como de su propio hijo, a priori el protagonista, y la dictadura de la emoción dominando por siempre tan imborrable momento. El mate de su pequeño frente a Boston College, absolutamente bello, absolutamente enfermizo, tenía detrás una historia digna del guionista más sentimental.
Ella más que nadie se podía sentir orgullosa de Deron Washington. De su padre, jugador de la NFL, heredó los genes, que le permitían saltar hasta el cielo desde pequeño sin un especial entrenamiento para ello. De su progenitora, un amor incondicional por la pelota naranja. Ella, que jugó en Marquette, y su hermano –el tío del hoy jugador del Blusens Monbus- desquiciaban a Deron en la pista de basket.
“Todo el rato posteaban y lanzaban cerca del aro y yo era bajo de niño como para poder defenderles”, se lamentaba en una entrevista años después. También era pequeño para frenar aAaron Brooks en esos míticos uno contra uno que disputaban en Green Bay. Impulsado por los deseos de llegar hasta donde sus centímetros no podían, Deron saltó y saltó hasta convertirse en uno de los jugadores más espectaculares que una cancha NCAA haya podido ver jamás.
Salto a salto, vuelo a vuelo, Deron conquistó Virginia Tech, donde formando una mágica tripleta con el ex Unicaja Zabian Dowdell y con Jamont Gordon, devolvió a los Huskies al torneo final de la NCAA, que no pisaban desde 1996. Carne de Top10 del Sportcenter, sus mates cada día eran más agresivos, su capacidad atlética encandilaba y sus vídeos causaban furor en Youtube en todas las partes del mundo.
Sus trofeos, sus premios, sus primeras fotos como jugador. La nada. La tristeza. La impotencia.
Empero, la verdadera herencia de Denise se la había dado en vida a su hijo. Y el basket les uniría tras la tragedia más que nunca. Su madre condujo y condujo con el coche hasta detenerse en el único lugar donde podría volver a sonreír… al lado de su hijo. Vivir junto a Deron, apoyarle cada día desde la banda y ver cumplir los sueños a aquel niño que poco antes no podía ni defenderla, devolvió a la vida a la mujer que meses atrás creía haberlo perdido todo.
“La madre del equipo” la llamaban unos jugadores que veían a Denise la hincha número uno, la confesora más leal y la persona más fiable que podía ir del brazo de Virginia Tech. Y de Deron, claro. Ella fue testigo de los recitales de su hijo en la NCAA (11 puntos de media con jugadas que completarían una película entera) y de la noche en la que salió en el draft (número 59 por Detroit), los pasos previos antes de ir al Hapoel Holon de Israel, deleitar con sus saltos en la D-League y aterrizar, por fin, en el Obradoiro la pasada temporada, donde el fenómeno se repitió.