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El estigma de los putters largos

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Nuestras manos están formadas por multitud de músculos, muchos de ellos de un tamaño diminuto. En una situación tensa, estos músculos pueden hacer que la cara del putter haga un movimiento que no queremos y terminen cerrándola, abriéndola o en definitiva, manipulando un golpe que hemos practicado hasta la saciedad. Muchos de los entrenadores de juego corto más afamados basan sus métodos para tener un golpe de putt sólido en no poner en tensión estos pequeños músculos y mover el palo de la forma más natural posible para el cuerpo, del mismo modo que se concibió hace décadas el swing de golf.

No es la primera vez que se pone en duda la legitimidad de los belly putters o los putters escoba. El argumento es sencillo: grupos musculares más grandes entran en juego y por ende, es mucho más difícil que se manipule, aunque sea por milímetros, la trayectoria de la cara del putter. Se dice que supone un atajo a través de la tecnología para facilitar el juego, justo lo contrario a lo que se intenta proteger en estas situaciones. Pero no ha sido hasta que Keegan Bradley ganara hace unos días el PGA Championship cuando el debate se avivara más que nunca. Suponía la primera victoria en un grande de un putter de estas características y muchos de los llamados “tradicionalistas” se alarmaron ante lo que podría ser un futuro repleto de palos enormes en el green.

Durante los últimos años hemos podido ver restricciones en el uso de material por parte de la USGA y la Royal & Ancient. El coeficiente de restitución, el tamaño de las cabezas de los drivers, el momento de inercia o la profundidad de las estrías han sido objeto de nuevas normativas que intentaban proteger la forma en que se ha venido jugando al golf. Si se analiza cada una de estas limitaciones por separado, parece sorprendente que ninguna de las dos instituciones haya alzado la voz en contra de este tipo de putters que, comparados con los tradicionales, parecen más prótesis corporales que instrumentos para jugar. El silencio por parte de ambas instituciones da mucho que pensar. Estoy convencido que muy pocos se atreverán a cuestionar los beneficios de estos putters desde un punto de vista mecánico puesto que se trata más de una cuestión científica que sensitiva, sin embargo, si algún jugador ha practicado o probado alguno se habrá dado cuenta de que sigue existiendo una curva de aprendizaje bastante pronunciada; hasta el punto de que se requieren unas cuantas horas para igualar el nivel que ya se tenía con el putter tradicional.

Es aquí donde se puede llegar a entender el silencio de órganos tan protectores para con el juego. El coeficiente de restitución o las estrías eran características que mejoraban automáticamente el nivel de juego de cualquier jugador mientras que el belly putter o el escoba esconden horas de entrenamiento detrás de una gran vuelta en los greenes. Es una cuestión tan evidente que se refleja en que el número de jugadores amateur con este tipo de palos es todavía irrisorio, y muy inferior al porcentaje de profesionales que lo utilizan. Keegan Bradley ha despertado de nuevo la pregunta: ¿debería permitirse su uso? A pesar de los esfuerzos de muchos por formarse una opinión razonada e incontestable, la historia nos dice que puede tratarse simplemente de una moda pasajera; como la referente al color de las cabezas de los drivers o incluso los pantalones a cuadros.

Jack Nicklaus ganó el Masters de Augusta en el año 1986, a la edad de cuarenta y seis años, con un putter bastante raro para la época. Se trataba de una edición limitada que MacGregor había sacado al mercado bajo el nombre de Response ZT. Al día siguiente de que Jack se llevara la que sería su última chaqueta verde recibieron miles de pedidos de aquel modelo y al final de año se habían vendido más de 300,000 unidades. El mercado y los aficionados solemos funcionar así, vemos a nuestro jugador favorito metiendo la bola desde cualquier parte y creemos que su putter tiene la cura a todas las enfermedades y que seguirá en su bolsa como tal hasta el fin de los tiempos. El mismo efecto ha tenido la victoria de Keegan Bradley, no tanto en el ámbito amateur, sino en el mediático. Hacía años que no se leían tantas opiniones acusatorias a los putters largos como durante la última semana.

Más que dejarnos llevar por las victorias en grandes logradas con estos “péndulos”, habría que preguntarse: ¿cuál es el momento apropiado para tomar una decisión al respecto? Probablemente llegue cuando muchos más jugadores profesionales lo hayan adoptado y alcanzado lo más alto. Por eso no creo que haya que interpretar la situación actual como un silencio absoluto sino más bien como un “estamos observando”. La pregunta que hay que realizarse no es si facilita o no el juego corto, eso dependerá mucho del jugador, sino si es el deporte que queremos. ¿Es tanta la ventaja que se saca con estos putters y resulta decisiva en momentos de tensión? ¿O simplemente iguala las fuerzas de aquellos que no tienen un gran talento en los greenes? Son preguntas complejas que afectan al destino del golf y la prudencia no parece ser una mala decisión en estos casos.

En cualquier caso no parece una mala oportunidad para dedicarles unas cuantas horas y ver qué sensaciones nos producen y si de verdad mejoran nuestras tarjetas. Independientemente del resultado que obtengamos, se han utilizado en multitud de ocasiones para recuperar la confianza, véase Sergio García, Lee Westwood o Tom Lehman.